Con uno de sus vellos, pequeño pero duro como una navaja, me abrí camino entre sus pestañas y al llegar a la carne cavé un agujero de al menos 1 milímetro de profundidad. Allí, en la oscuridad, me escondí y oculto la vi pasar reflejada en un espejo. Sus lágrimas, raudas y espesas resbalaban entre los poros de su piel, parte de ese líquido salino se quedaba allí, en los poros, el resto moría en sus labios.
Ayer, robé un poco de sus polvos naranjas, de esos que usan para parecer a medio camino entre morenas y sucias, juntándolos creé una especie de trinchera desde la cual podía seguir observando sin ser observado. Javier, después de dejarla en el portal de su casa y despedirse de ella (era un chico un poco chapado a la antigua), se acercó demasiado, sus pupilas se dilataron para intentar abarcarla en su totalidad, pero se quedó en el intento, la despidió con un simple adiós y un beso casto en los labios. Esa noche, ella de nuevo lloró, y yo esa vez casi lo hice con ella.
Llevaba días observándola hasta que decidí ser parte de ella, sentir como ella, llorar con ella, o cerca de sus labios, sentir su risa. Me introduje en uno de sus poros y llegué hasta una arteria que me catapultó velozmente hasta su corazón.
Allí, como un chute de adrenalina, respiré al ritmo del bombeo incesante del rey de los órganos, y tras 5 minutos de intensas sensaciones tuve que salir a través del poro por el que entré, no tuve agallas de aguantar más tiempo, tendría que seguir viendo lo que ve ella, sin estar dentro de ella, cerca, muy cerca, entre la nariz y sus labios.
16 agosto, 2007
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2 comentarios:
Habrá que espabilar al chaval ese. La timidez solo nos conduce al autismo y la soledad.
Estoy contigo, hay que luchar, aunque siempre dejando algo en el fondo, algo que no vea nadie, más que uno mismo de vez eb cuando
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