hacía tiempo que los chimpacés habían dejado de echar el aliento en la nuca de las chimpacés, en lugar de eso, en silencio comían los cacahuetes que lanzaba el público sin levantar los ojos del suelo, con la mirada inteligentemente fija anhelaban mejorar las imposibles piruetas robotizadas de los osos.
Los tigres aletargados, dormían soñando que dormían, un día igual que el siguiente para el entretenimiento del inocente, que entre ganchito y dorito, se divertía asombrado por la variedad de mascotas que estaba presenciando en “ persona “, masticando la vida que a esos pobres animales les faltaba y diciendo “ otra cosa “ cuando el momento ya no le era suficiente.
El barro, las rejas, los cristales, el color verde del agua fangosa, todo formaba parte de este circo de la vida, ese escaparate de lo claramente definido, el fuerte y débil, el dominante y el indefenso, la ilusión del que no sabe, Darío y la del que sabe demasiado, yo mismo.
Hoy he estado en el Zoo con Olga y con Darío, me lo he pasado bien.
07 abril, 2009
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2 comentarios:
Pobres animales, menos mal que la inocencia de los peques hace sobrellevar una visita a estos sitios.
es tan triste la e4xperiencia de un zoológico. los animales de miradas vacías, frágiles, ese aire enrarecido que flota en el lugar... triste, triste, triste
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