17 abril, 2005

Relatos: Nada Blanca

17 abril, 2005
Nieve blanca, rodeado de ella me pierdo en una enorme nada. No hay principio ni fin ,el cielo se funde con el horizonte formando una gran alfombra donde viajan las nubes.

Creo que llevo girando el círculos desde hace horas, los mismos árboles cubiertos de escarcha, los mismos profundos acantilados sin fin, la misma pálida luna lejana y dormida, casi oculta por la claridad que se extiende por todas partes.

El frío se hace vez más intenso y seco. Las piernas se agarrotan a cada paso y cada paso se convierte en un esfuerzo carente de sentido.

Cansado.

No concibo la noche, ni el tiempo, de no ser por el reloj hubiera perdido la noción de él hace mucho. Han pasado tres días, casi no tengo comida ni agua, pero he de seguir, andando, paso a paso.

A lo lejos veo una hilera de humo espeso y blancuzco como una señal que se precipita hacia al cielo en forma de columna de hielo, proviene de la chimenea de una vieja casa construída en madera carcomida y troncos descompuestos por la acción del tiempo, parece que se va a derrumbar en cualquier momento, quedando devorada por el inmenso desierto. La puerta está abierta incitándome a entrar, con curiosidad y en silencio atravieso el umbral.

Un hombre sentado sobre una mecedora se balancea suavemente haciendo un ruido seco y cortante como el sonido de una cortina corriéndose. Fuma en pipa, envolviendo su rostro en una densa nube de humo. Sus ojos son grandes y claros, de un color que no sabría definir con exactitud. Sin apartar su mirada de la mía, ni mediar palabra, extiende una mano enorme y sin bello ofreciéndome su pipa en un claro gesto de amistad. Aunque no fumo habitualmente doy unas cortas caladas y se la devuelvo en señal de gratitud. El hombre rompe el silencio con una voz grave y profunda que parece salirle del estómago, me ofrece algo de comer y un lugar donde poder descansar hasta que decida que ha llegado la hora de volver a emprender de nuevo la marcha. Agradecido acepto el ofrecimiento.

Comemos juntos; es un compañía agradable, sobre todo después de tantos días sin ver a nadie, hablamos sobre cosas triviales y sin mayor importancia que la que nosotros le dábamos en ese momento. Finalmente, después de una copas de vino y una comida abundante, me confía un secreto que no había desvelado a nadie hasta ahora, su nombre es Dios y su mayor afición es crear situaciones concretas.

Evidentemente le tomé por un loco o un borracho demente ya que se pasó toda la cena bebiendo copa tras copa, pero hubo algo que me hizo cambiar de idea y fue su manera fumar, lo hacía como si cada calada fuese la última, aspiraba tan fuerte que casi absorbía el oxígeno de la habitación dejándome por unos momentos sin respiración hasta que volvía a escuchar su conversación o monólogo, que cada vez se hacía más y más incoherente. Decía que desconocía su origen, que llevaba en esa cabaña sin poder salir desde hace casi una eternidad y que no podía salir de ella hasta que creara el mundo perfecto; era su bautismo de fuego impuesto por sus padres al nacer.

Le creí, no se quien estaba más loco de los dos, pero desde el primer momento supe lo que había ocurrido, el paso del tiempo le había enloquecido de tal forma que sólo podía crear guerras, desastres o absurdos caso propias de una mente enferma. Sin duda era Dios y tenía en mi mano el poder de cambiar el futuro del mundo, sólo tenía que matarlo, nadie se enteraría, no tenía contactos con nadie ni siquiera con sus propios padres, tenía la coartada perfecta.

Dios sería mi víctima, mi creación

Cuando terminamos la conversación, me mostró mi habitación para la noche, nos despedidmos hasta la mañana siguiente y desapareció por donde habíamos venido. Aunque estaba bastante cansado después de trs día de camino lo mjeor era hacerlo lo antes posible, sin pensarlo dos veces, un solo segundo y todo podía acabar para siempre, sería rápido y mortal como el sonido de una cortina corriéndose, rápido y mortal como el sonido plateado de un cuchillo afilándose para luego rasgar las garganta en un solo movimiento, fugaz, casi imperceptible.

Había llegado el momento, dejé pasar una horas hasta que supuse que estaba dormido y me acerqué de puntillas a la habitación donde se hallaba acostado. Con el cuchillo en la mano, le observaba al pie de la cama, dormía como un niño agotado después de un día intenso de juegos; con la dos manos cogí con fuerza la daga y la inserté directamente en el corazón. Ni siquiera abrioó los ojos, siguó durmiendo como si todo formara parte de un sueño, pero la pesadilla había acabado, por fin el mundo tenía un nuevo Dios, por fin el reinado del loco había terminado.

Ahora tenía que salir de aquí, el ambiente se me hacía claustrofóbico a cada segundo que pasaba, así que rápidamente cogía algo de comida y ropa, la metía en la mochila y abría la puerta lentamente, como si presintiera que alguien aguarba al otro lado.

No había Nada, ni árboles, ni tierra, ni cielo, sólo Nada, Nada Blanca

JAN, a no se que día de no se que mes de milnovecientosnimeacuerdo

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