20 enero, 2010

el cambio ( I )

20 enero, 2010
La esperanza es el sueño del hombre despierto. ( Aristóteles )

Mi buzón hacía años que no recibía mas que propaganda barata de restaurantes chinos, algún que otro folleto de bricolaje y facturas, sobre todo facturas. Aquella tarde, al regresar del trabajo, en el lugar donde normalmente reposaba toda aquella basura, encontré un sobre solitario del color de la noche, lacrado en rojo con una mayúscula V. Desprendía aroma a hierbabuena. Antes de abrirla escondí mi curiosidad bajo una ducha, una poca copiosa cena congelada, un descafeinado y un fortuna, luego apagué el televisor y abrí la carta.

Viernes 14 de febrero, 20:59, mansión de los Traylord, Connecticut.

Sin duda se trababa de un error, no había salido más allá de mi pequeña ciudad, ni conocía a ningún Traylod, Rodriguez o Gutierrez quizás, pero Trylord desde luego que no. De todas formas disfruté de ese momento, rellené las grietas de mi rutina con pensamientos de amores imposibles, soñé despierto que las letras apasionadas que contenía la carta las había escrito un angel, una mujer con pechos turgentes y labios de ensueño, luego la rompí en cachitos, la tiré al reciclado, me lavé los dientes y tras el pijama vino la apacible cama.

A la mañana siguiente, como uno de esos robot que trabajan en las cadenas de montaje, al compás de un 3X4 fui ejecundo cada uno de los minutos habituales que componen el día, ducha, desayuno, cigarro, viaje al trabajo, 10 horas frente al computador y rebobinado, al llegar al buzón encontré otra carta, negra como la mano del manipulador, oscura como mi vida pero llena de esperanza. Esta vez no esperé a abrirla.

Viernes 14 de febrero, 21:00, mansión de los Trylord, Connecticut.

Si no fuera porque la hora se había retrasado un minuto diría que se trataba de la misma carta.

En la maleta sólo metí ropa de cambio, mi bolsa de aseo, pasta, un cepillo de dientes y un par de gerseys de lana, había oído que en esa zona de los Estados Unidos estaban a bajo 0.
Llamé a un taxi y sin reservar vuelo,
Me dirigí al areopuerto.
A pesar de la duración del vuelo, entre el wisky y las cabezadas apenas me enteré del viaje.
Al llegar me enfundé en mi bufanda y pasé noche en un hotel de mala muerte con olor a sudor y luces de neon que al parpadear de forma asíncrona alteraban mi sueño REM.
No pegué ojo en toda la noche.
Intenté seguir mi rutina habitual pero me sentí frustado al no poder ejecutarla.
Llamé a un taxi.
Dí la dirección de la carta.
Eran las 20:00h.

4 comentarios:

Ángel Benito dijo...

Yayo, te lo he dicho muchas veces. Tu prosa no es perfecta, cierto... pero creas atmósfera como nadie. Te imagino como un infatigable George Simenon dándole a la tecla de una máquina de escribir con un pitillo en la boca, en la soledad nocturna de un pequeño cuarto.
Sigue así!
Ya me tienes sobre ascuas deseando saber qué le pasa a nuestro hombre de la bufanda en Connecticut. No te demores 2 ó 3 meses en contarnos el final (bueno, ¿quién me ha dicho a mí que este relato sólo tiene 2 partes y no 5,6,7...?)

Por cierto, ¡qué color más "corporativo" el escogido como tema del blog (fondo)! ¿no? je je je. Ya tú sabes, brother ;-)

Un abrazo.

YOYAYOYYAYA dijo...

Gracias Albero. Lo del color ya tenía yo los derechos de autor antes de que esa gran compañía lo copiara, si recuerdas el primer diseño de este blog que es el de todos era también negro y naranja. En fin, me va el negro. Por cierto tengo que hablar contigo de otros temas menos lúdicos.

Anónimo dijo...

Qué intriga!! a ver cuando averiguamos algo más sobre estas misteriosas cartas :)

un saludo!!

m dijo...

Precioso. Puedo sentir el entorno, puedo tocar tu relato. Me ha enamorado el hombre que, después de soñar con el remitente de la carta, la rompe en pedazos

¡Saludos!