15 noviembre, 2005

EL NOMBRE DE LA ROSA

15 noviembre, 2005
Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí. A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante. Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido transmitiendo.

-Pero entonces --dije-, ¿de qué sirve esconder los libros, si de los libros visibles podemos remontamos a los ocultos?

-Si se piensa en los siglos, no sirve de nada. Si se piensa en años y días, puede servir de algo. De hecho, ya ves que estamos desorientados.

-¿De modo que una biblioteca no es un instrumento para difundir la verdad, sino para retrasar su aparición? -pregunté estupefacto.

-No siempre, ni necesariamente. En este caso, sí.

El Nombre de la Rosa

Umberto Eco

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Los libros siempre han sido el saber y el conocimiento, pero en ocasiones no interesaba que la plebe los conociera...

J.Álvarez dijo...

Buuf! Que maravilla! :) Eso es una reflexión sobre la historia, la humanidad y la literatura... y lo demás son tonterías! :)

YOYAYOYYAYA dijo...

Una maravilla de libro y una magnífica película adaptada