16 abril, 2006

EL TESORO DE MANUEL GARCÍA

16 abril, 2006
Aquí os dejo un relato de un profesional de la pluma, El Sr. Pretus, bajo esa apariencia de modosito, ahí donde le veis ha ganado varios premios y ha tenido la suerte de que le publiquen algún que otro relato. Y es que se nota que el tío lee algo más que "Spiderman contra Batman" o " Dejar de fumar en 24 minutos " o " Aprende a ligar en 64 años, es fácil si sabes cómo ", juega con la incertidumbre de una forma magistral
Os dejo con esta maravilla, que la disfruteis:


Era pronto, demasiado pronto para los turistas, de tal manera que la playa estaba casi desierta, exceptuando al viejo de barba blanca que, todos los días a esas horas, nadaba del muelle al espigón, del espigón al muelle. Manuel dibujaba castillos en la arena –no le gustaba construirlos– cuando su palo-pincel chocó con algo que le impedía seguir su grueso trazo. Tiró el palo, se lanzó al suelo y empezó a escarbar con sus manos. No tardó mucho en dar con el obstáculo. Lo cogió y lo miró con extrañeza, incapaz de distinguir de qué se trataba. No era muy grande, más o menos del tamaño de su palma. Sopló con fuerza para quitarle la arena adherida, hasta que, por fin, consiguió averiguar qué tenía en sus manos. Se incorporó, se puso las zapatillas, cogió la toalla y se lanzó corriendo hacia su casa con el tesoro escondido. Cuando su madre –vestida ya con el uniforme playero– le abrió la puerta, se asustó al verlo jadeando.
–¿Qué te pasa? –gritó asiéndolo con firmeza por los hombros.
–Nada –la tranquilizó Manuel–. Es que he venido corriendo. Mira lo que he encontrado –le explicó mientras le mostraba su hallazgo.
–¡Vaya, qué bonita!. ¡Pero no me des estos sustos! ¡Creía que te había ocurrido algo grave! Anda, pasa y dile a tu padre que te dé un recipiente y algo de alcohol para guardarla –le dijo acariciándole con cariño el pelo enmarañado de su único hijo.
Manuel entró corriendo y se fue directo hacia su padre, que estaba en el salón desayunando con el periódico extendido sobre la mesa.
–Mira, papá. La he encontrado en la playa –exclamó con entusiasmo al mismo tiempo que le pasaba el tesoro a su padre–. Mamá me ha dicho que te pida un bote y alcohol para conservarla.


–¡Qué curioso! La verdad es que en esta playa siempre se encuentran cosas muy bonitas –afirmó su padre cogiendo con la mano izquierda el valioso objeto, mientras utilizaba la derecha para limpiarse con la servilleta los restos de mermelada de fresa–. Vamos al trastero. Ya verás como allí encontramos algo bonito donde la podamos guardar. De momento, la dejamos aquí encima, ¿vale?
Su padre se levantó de la mesa y se dirigió hacia la puerta que había al final del larguísimo pasillo. Sacó una llave del bolsillo trasero de su bañador y la abrió. Manuel, emocionado, estaba detrás de él. Allí había de todo: carpetas, la bicicleta de la abuela, una máquina de coser, una portería de hockey, una señal de tráfico de indicación de sitio pintoresco... Era un lugar fantástico que –Manuel nunca supo porqué– estaba siempre perfectamente ordenado y en el que jamás había polvo.
Su padre se dirigió hacia una de las esquinas y agarró un gran objeto cilíndrico de plástico. Le quitó la tapa y fue sacando de él recipientes de todos los colores hasta que encontró el que quería.
–Éste es perfecto –le dijo enseñándole un precioso bote verde.
Tras guardar –con una exquisita lentitud– el resto de los frascos dentro del enorme cilindro, su padre abrió un caja que había en el suelo y extrajo una botella grande de alcohol que dio a Manuel. Luego salieron del trastero y se dirigieron al salón, donde los esperaba el valioso hallazgo. Al llegar allí se quedaron mirándolo, quietos, sin pronunciar palabra. De repente, su padre lo agarró con suavidad con la mano izquierda y, girándolo en el aire para verlo mejor, comentó:
–La verdad es que es bien bonita.
–A mí me gusta mucho. ¿De quién sería? –preguntó Manuel con enorme interés.
–No tengo ni idea –reconoció su padre con tono triste, quizá desanimado por no poder responder a su hijo.
Después abrieron el bote verde, lo llenaron de alcohol hasta la mitad y echaron dentro el objeto encontrado por Manuel. Su madre, que acababa de entrar en el salón, les dijo que lo mejor era guardarlo en la parte de abajo de la nevera, donde las verduras, para que se conservara el mayor tiempo posible. A Manuel le pareció una gran idea, pero antes tenía que hacer una cosa. Abrió el cajón de la mesita del teléfono y sacó un paquete de ‘post-it’. Cogió un boli y escribió en uno de los papelitos amarillos “El tesoro de Manuel García”. Luego lo pegó en el frasco y se fue a la cocina a seguir el sabio consejo de su madre.
***************
Treinta minutos más tarde ya estaban los tres en la playa. Manuel y su padre, sentados en las toallas, observaban, con la mano haciendo de visera para evitar el sol, cómo el viejo seguía nadando, incansable.
–Papá, ¿tú crees que alguna vez volveré a encontrar otra oreja en la playa? –susurró con tono esperanzado.
–Claro que sí, hijo. No te preocupes... y si no, ya te compraremos una.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo de la oreja no me ha gustado mucho,aunque oir y escuchar es muy preciado.

YOYAYOYYAYA dijo...

Las cosas que nos pueden llegar a parecer naturales, camino vamos de que esto lo veamos sin alarmarnos.
Me gustó mucho como juega con la sorpresa, el qué será, el objeto...

Anónimo dijo...

La incertidumbre es una pieza clave del relato, es verdad. Pero más o menos se va sabiendo que nos sacudirán la bofetada final. Hay un cierto aumento del climax (muy sutil) a medida que transcurre la prosa.

Sin embargo a mí lo que más me ha gustado es la enumeración arbitraria de cosas que hay en el trastero (son detalles de maestro, que no distrae del argumento general.

En la línea de Cortázar (Bestiario) o de Mario Levrero, veo al chaval con muy buenas maneras.

Me ha gustado, Yayo

From Salamanca with love

YOYAYOYYAYA dijo...

Me alegro que te guste mister Charro, con su permiso publicaré más cosas de él, el que le publicaron es buenísimo pero creo que la editorial tiene los derechos, de todas formas tiene más perlitas sueltas y cortas por ahí. El Sr. Pretus es un devorador de libros y eso, sin duda, se nota un huevo a la hora de escribir

J.Álvarez dijo...

A mí me recuerda a cierta peli de David Lynch... Blue Velvet... :D Por el detalle de la oreja.

No, en serio, la verdad es q sí es muy bueno, y me recuerda un poco a Borges y Cortázar y tal, sí, es cierto.

Q lujazo de colaboradores t gastas, tío! ;D