22 abril, 2005

Relatos: La Fuente

22 abril, 2005
Se encontraba en medio de todo, cubierta por sucios toldos que simulaban modernos edificios de piedra.El mundo giraba a su entorno sin cesar de observarla de la misma manera que ella miraba a los demás. Por unos instantes se creyó eterna, capaz de resistir el paso de los acontecimientos y las tempestades que una y otra vez se desencadenaron durante siglos.
El tiempo pasaba delante de ella aparentando no dejar huellas.

Se encontraba en medio de nada, recubierta por sucios toldos que simulaban modernos edificios de piedra y sabía que había llegado el momento, lo esperaba tranquila aunque con cierta impaciencia. Sería destruida como lo que una vez pasó junto a ella. Había vivido fragmentos de otras vidas, había participado en ellas igual que ellas habían entrado por unos instantes en la suya. Vidas compartidas de amantes que vivieron momentos intensos bajos sus pies, apoyados en ella, se habían besado impacientes, apasionadamente, en las mejillas párpados y labios, en los lóbulos, yugulares y dientes, en los pechos, vientres y ombligos, en los pezones, sexos y muslos, en los tobillos, pies y uñas; se habían unido y separado como el mercurio cuando se adhiere, como las gotas cuando se besan, y parte de todo esto había quedado en los recuerdos de estas personas. La fuente estaría en sus mentes para siempre, aunque ellos nunca lo supiesen.

Hechos como estos eran habituales y a veces hasta rutinarios, aunque en más de una ocasión la hubiera gustado ser uno de ellos, poder amar, respirar o reír. Pero cada uno tenía su papel en la historia y el suyo había sido claro desde su construcción: admiraría y sería admirada, para ello había sido creada y por ello sería destruida. Había oído que sería reemplazada por una estatua, uno de esos trozos de mármol carente de vida, siempre había pensado que las estatuas tan sólo eran un plagio de algo o alguien que una vez fueron algo o alguien, sin carácter ni personalidad. Las odiaba y sabía perfectamente que el sentimiento era mutuo. Ella era diferente, tenía vida propia, el agua era la raíz de todas las cosas, la fuente vital que la regó día y noche, tal era su dependencia que ahora, al carecer de ella, deseaba la muerte, la esperaba tranquila, aunque con cierta impaciencia.

Llegaba el momento, amanece, el cielo es de un color azul intenso, huele a humedad, a tierra mojada por pisadas de nadie, a perfumes de gente imaginaria, como de otros tiempos.
Anoche volvió a llover, como tantas veces.

Hoy bajo sus pies hay un hombre tocando el violín, antes de él hubo otros, éste con una mano sujeta el delicado instrumento y con la otra señala los trozos de cielo que se filtran por los edificios, anhela ideas con las que impregnarse, piensa que quizás esa noche la fuente le inspire.
Los niños juegan en las calles, chapotean en los charcos ensuciándose de huellas, salpican a las palomas y a las personas que pasan a su lado y a los vehículos que les acarician delicadamente y a los perros que corren asustados. Juegan a guerras de agua, a guerras de balas inventadas, a guerras.

Un avión rasga el cielo partiéndolo en dos, el ruido atronador ahoga voces, alguien compara el rastro de humo con una nube más, una nube que corre a más velocidad que las otras, una nube más. Las miradas se desvían al coincidir con las otras, ojos tímidos que prefieren observar el sucio suelo antes que chocar contra otros.

Y al fin el momento deseado, todo se fue tan rápido como una vez vino, un golpe de piedra, un estruendo ahogando voces, estrépito de polvo que inunda la ciudad y nada, al fin nada, sólo algo para recordar, algo que una vez pensó alguien, algo que tiempo atrás fue vivido por vidas de otros, por momentos de otros, algo que una vez tuvo vida en las mentes de otros. La fuente, mi fuente.

JAN a nosequedía de nosequémes de milnovecientosnimeacuerdo

0 comentarios: